Jesús lleva toda la noche encerrado. Yo estoy con su Madre y con María Magdalena entre otras, junto a la puerta exterior del calabozo. Con puertas y puertas entre nosotras y el Señor.
María Magdalena está asustada. Es la primera vez desde que llegué que la veo en silencio, sin decir ni una palabra.
Unos soldados nos echaron al patio, donde mucha gente esperaba lo que iba a suceder.
Amanecía cuando salió Pilato. Ofreció soltar a Jesús. El rostro de María Magdalena se llenó de momentánea esperanza, que se esfumó cuando oyó que pedían la liberación de Barrabás.
Pilato trató de evitarlo, pues no veía mal en Él. Lo azotó y flageló. Finalmente se lavó las manos y cedió a la multitud. Soltó a Barrabás
Lloré esa noche. Lloré, no pude evitarlo. Y me llegó una carta que no creí que fuera a escribirse:
“Rocío:
Quiero excusarme en vano por no haber defendido a Jesús.
Nunca quise problemas, ¿sabes? Y veía claro que estos se abalanzarían sobre mí si seguía a tu Maestro públicamente. Así que lo hice en privado. Fui un estúpido. Estúpido, egoísta y repelente. Oí que Pedro le negó tres veces; pues yo lo hice aún más.
Creo que lo que hice esta noche podría recompensar un cuarto del octavo de todo lo que le he hecho. O eso espero.
Roció, por favor, agradece el valor y la fe que te ha dado Dios.
Un cordial saludo.
Nicodemo”