Como todos los días María me hizo madrugar. Salimos al mercado, hicimos el desayuno y volvimos a salir. Pasamos junto al puerto y me acordé de Pedro.
Pedro había sido pescador, y en poco tiempo sería el que negara tres veces a Jesús. María y yo nos reunimos con los demás en un prado, a las afueras. Jesús estaba hablando y contando cosas a los apóstoles. María y yo le preguntamos si necesitaba algo. Nos dijo que nos sentáramos y eso hicimos.
Esa noche me escribió Pedro:
“Rocío:
Voy a ir al grano. Jesús me enseñó mucho, pero sobre todo, a confiar y perdonar.
Bueno, yo era pescador, y simplemente había sido una mala noche para pescar. Ni un solo pez. Todo agua.
Dejé que la ira se apoderara de mí. Dejé de confiar y de tener esperanza. Pero esa mañana, después de que el Maestro predicara, cuando me dijo que volviera a echar las redes al mar, no pude dudar. Su voz me hacía confiar, sus palabras anteriores.
La pesca milagrosa, como la llama Juan. Me dijo que le siguiera y confié. Pero días, meses, puede que un año después, oí que dijo que había que perdonar 70 veces 7. Me marcó de por vida. Esas palabras… Perdonar. Había veces que no pensé que fuera capaz de hacerlo, pero fuí aprendiendo poco a poco.
Eso, Rocío. Confiar y perdonar”