Estuve todo el Sábado con María
Magdalena y Juan cuidando de María. Ella se sentía sola, y la mirada que llevaba me mataba por dentro. Una mezcla de dolor y esperanza.
Estábamos comiendo en silencio cuando, uno a uno, los apóstoles entraron. Algunos la abrazaron, mientras le pedían perdón, pero otros no se sentían capaces más que de arrepentirse desde la puerta. Pero es María la que se levanta y les abraza. Desde ayer es nuestra madre. La de todos.
Y todos se sentaron a comer. No habló nadie. Estaban los diez avergonzados. Juan tenía cara de querer reprocharles, pero María apoyó la mano en su hombro y él entendió la situación.