Ya empieza la cuaresma, y un año más, me va a mandar D. Andrés directa a Jerusalén. Este año, para no decir siempre lo mismo, voy a coger otro método, y solo diré que quiero saber qué piensan los demás de cada cosa que ocurra.
En el Evangelio de este primer domingo de cuaresma, Jesús se retira al desierto. Cuarenta días pasó allí. Cuarenta días y cuarenta noches sin comer ni beber. Y yo pienso en eso y solo de planteármelo me vuelvo medio loca.
Al final, dice el Evangelio que Jesús tuvo hambre, y el diablo, que coge la más mínima excusa para intentar tentarte, no hizo otra cosa sino acercarse y decirle que transformase una piedra en pan. Porque, claro, si es el Hijo de Dios, puede hacerlo. Pero Jesús se negó.
Yo a veces tengo ganas de coger algo de comida de la cocina, de molestar a los demás, de ponerme a hacer cualquier cosa sin permiso… Son tentaciones que me pone el demonio delante sabiendo que me cuesta negarme, y mucho. Pequeñas y diminutas cosas que pueden parecer una tontería, pero que acaban en costumbre, en mal hábito, en vicio… Jesús, quiero poder negarme como tú. Quiero poder decirle al demonio: ¿Por qué iba a hacerlo? No es necesario.
El demonio te tentó otras dos veces más, y también te negaste, rechazando al diablo por completo. Por favor, Jesús, esta semana, quiero que me ayudes a intentar negarme a esos pequeños obstáculos que, a base de caer en ellos, me acaban separando de tí.